La realidad en el sueño poético

Si algo caracteriza a nuestra sociedad en estos primeros años del siglo XXI es la ausencia de aquellos patrones propios de la época de la modernidad.

El hombre y la mujer de estos días viven inmersos en un mundo fluctuante, cambiante, sin aquellos modelos firmes y establecidos como verdades absolutas que distinguieron la primera mitad del siglo XX.
Dentro de este contexto, la voz del poeta suele aparecer como en distintos momentos de la historia, como la palabra que antecede, preanuncia o refleja descarnadamente una realidad.
Esto es lo que me sugiere en primera instancia la lectura del libro "Pluma de Ángeles", de la poeta rumanocanadiense Flavia Cosma, a quien tuve el gusto de conocer y escuchar, en una lectura de poesía que ofreció hace poco tiempo en el Café Montserrat, de Buenos Aires.
Esta obra está dividida en dos partes: Piedras Palabras y Soledad. En ambas se abordan los temas capitales de nuestra existencia: la vida, la muerte, la soledad, el amor, el destino último de la condición humana.
Lo que distingue a este poemario, a mí entender, es la belleza con que ha sido concebido por su autora. Su mirada trasunta un dejo de nostalgia, de dulce melancolía por lo perdido y el deseo de poder recobrarlo a través del sueño poético.
Otro aspecto a destacar es que en general los poemas lejos de intentar dar respuestas abren interrogantes, hay un continuo preguntarse a sí mismo desde un fondo de honda introspección que nos lleva como lectores a participar de la riqueza de ese mundo interior y a replantearnos y a cuestionarnos desde nuestra propia existencia.
Este hecho significativo no es privilegio de muchos pero sí de esta talentosa poeta, cuya poesía adquiere por momentos un tono religioso y por otros metafísico, aspectos que realzan los logros formales de este conmovedor libro.
Conmueve a partir de la agudeza de su mirada perturbadora y desestructurante, desde la hondura de su torrente secreto y pasional, el cual pareciera incitar a Flavia a ver el tunel de su vida con ojos de extranjera, tal vez como un modo de poder preservar la capacidad de asombro y no caer en la trampa de lo aparente, de lo ficticio, de esta visión globalizada y mediática de nuestra contemporaneidad, que intenta homogeneizarlo todo, hasta las sensaciones y vivencias más profundas.


Luis Raúl Calvo

Primavera de 2008