Ensayo por Pere Besso i Gonzalez

Son innumerables los poetas de todos los tiempos que han cantado bajo todos los prismas el personaje del mendigo, pobre de solemnidad, pordiosero, andrajoso o harapiento, que también hay matices para tal menester… Uno puede encontrar, a bote pronto, referencias, las que se quiera, desde Job en el pasaje del rico Epulón en los textos sagrados cristianos o en Homero , Eurípides, Horacio, y cómo no, los mendigos de amor de Shakespeare, Molière o Donne y acá en la versión más histriónica del propio Quevedo. El Romanticismo y Simbolismo europeo configuraron, junto a la bohême y el spleen un manera estetizante del mendigo real o literario. No pocos autores parisinos, madrileños, londinenses, lisboetas o berlineses fueron, a su manera, mendigos de pro, de cultura raída en los bolsillos hueros. Li Po u Omar Khayyam ya se habían currado la figura del mendigo ebrio. El tema da para acotación obligada y tesis doctoral.

Flavia Cosma, otra autora de la diáspora rumana, lo sabe a la perfección y restituye en su poema un climax creciente hasta el último verso en el que aparece la palabra clave “cerşetor” en un expresivo vocativo. Sabe nuestra poeta que etimológicamente (lat. circitor) mendigo es el que da vueltas, deambula a la búsqueda de la limosna. Una limosna que, más allá del óbolo y la materialización de la caridad, nos acerca al carisma del Amor. Es en este sentido en donde Flavia Cosma liga su poema a los mejores poemas de los trovadores provenzales que describieron en ambas corrientes –la nobiliaria (Arnaut Daniel) y la burguesa (Rustebues)- la convención de captaire d’Amor.